37 Mocomoco, 27 de octubre de 2005
Viviendo eso que llamamos compasión (padecer con el otro):
Esta mañana temprano salía para la comunidad de donde recogí al pequeño Juan Diego, iba a celebrar una misa por su difunta madre. De nuevo me ha impactado la pobreza en la que vive esta familia. La hermana mayor de unos 13 años no va al colegio y se ocupa de las tareas de la casa, hacer la comida, cuidar a los hermanos, etc… He preguntado por el resto de hermanos y me han dicho que estaban en el colegio, excepto el pequeño Jacinto de dos años y medio, que en un principio he creído que era una de las hermanas pues llevaba puesta una falda y estaba descalzo, a su lado había otro niño también descalzo. Me decía Felix, el joven que cuida la parroquia de Italaque, y que me ha acompañado a visitar las comunidades que en esta comunidad por la noche hace mucho frío y que no se puede parar. Yo he pensado en estos pequeños y en sus pies descalzos. Buscaré entre la ropa que me queda y el domingo vendrá el papá a Italaque a recoger la comida y la ropa, sino encuentro les compraré al menos unos zapatos y algún pantalón. Antes de celebrar la misa me he puesto a jugar un rato con el pequeño Jacinto hasta que le he hecho reír, estaba sentado en mis piernas y en eso me dice el padre “llévese a este también” supongo que me lo ha dicho de broma pues estaba riendo. Pero luego en el coche yo pensaba, el pequeño Juan Diego tiene una familia que le quiere mucho, está bien alimentado, no pasa frío,.. ¿quizás en el fondo le tocó la lotería a este pequeño? También el padre me dijo que cuando yo me vaya que quién les va ayudar, yo les he dicho que todavía me quedan dos años aquí, aunque he notado que eso no le ha servido mucho de consuelo.
Después he ido a la parroquia de Humanata a celebrar la misa de los difuntos adelantada, por primera vez he visto esta iglesia llena, ¡si es que lo que no hagan los muertos no lo logra nadie en ninguna cultura! Llegué a media tarde con los huesos molidos cuan el Quijote en la lucha contra los molinos y descansé un rato antes de la misa en Mocomoco. Después he invitado a cenar a unos ocho niños mientras el resto veía la película en la iglesia. Al terminar de cenar la pequeña Norma ha entrado en la iglesia y ha gritado, ¡el padre me ha invitado a sopa! Siempre he pensado que esta pequeña tiene una inteligencia especial, pues desde que tenía dos años se venía a mi casa llamaba a la puerta y con sólo mirarla a la cara sabía que quería que le diera de comer. Ahora mientras todos miran el cine ella viene a la casa y se me queda mirando, yo se que quiere cenar. Después nos hemos quedado hablando y dos niñas (de 13 años) me han dicho que las saque de aquí el día de Todos los Santos, les he preguntado que por qué, me han dicho que no quieren ver a sus padres borrachos, que les pueden pegar, y etc… Una de ellas me lo decía con lágrimas en los ojos, yo les he dicho que tranquilas que si sus padres le dan permiso se vienen conmigo acompañando a la escuela de fútbol en el viaje a La Paz, aunque en el fondo de mi ser yo pensaba ¡me las llevo de aquí de todas maneras! Ya una vez tuve que recoger en la casa a cuatro hermanos que estaban llorando y traumatizados por esta situación. Qué difícil entender “dichosos lo que lloran” que precisamente se leerá en la fiesta de Todos los Santos. Cada día pienso con más certeza que soy un oasis de esperanza para estos niños en medio del desierto de la pobreza y la injusticia. Hoy en la misa de la tarde les dije que en sus manos está la oportunidad de cambiar este pueblo, que de ellos va a depender de que se sigan cometiendo los mismos errores o de que empiecen a salir rayitos de esperanza, Dios dirá con el pasar de los años.
Hoy fue un día tranquilo, gracias a Dios, descansé bastante y aprovechando que no tenía visita a las comunidades estuve preparando la catequesis de los niños y jóvenes a conciencia. Dos fueron los temas sobre los que giró la catequesis, uno era el conocimiento de sí mismo y los sueños, y el segundo era cómo aprender a crecer y a madurar. La gran sorpresa me la he llevado cuando en un momento les he dicho lo importante que es que nuestros padres nos valoren y nos digan que nos quieren. Les he dicho ¿Cuándo fue la última vez que os dijeron que os querían? Silencio, bueno, pues ¿os han dicho alguna vez vuestros padres que os querían? Dijeron que no con la cabeza. En ese momento he entendido mucho de la manera de ser de los aymaras. Siempre me llamó la atención que no se dieran besos, ni viera a la gente dada de la mano, pero al menos esperaba que se dijeran de palabra el amor que se deben de tener, pero resulta que ni eso. Yo creo con toda mi alma que el amor es lo único puro que puede mover este mundo hacia delante, y puede hacer que las personas crezcan sanas y con la esperanza de construir un mundo mejor. Ahora entiendo que el mandato del amor al prójimo sea una novedad en estas tierras. Supongo que escuchar que Dios te ama tal y como eres para ellos tiene que ser algo muy extraño, pues ¿como escuchar de Dios el amor si de mis seres cercanos no lo escucho? Creo que en esta vida lo más bonito que hay es que alguien te pregunte, ¿cómo te encuentras? ¿Qué te preocupa? ¿Eres feliz con la vida que estás llevando?, y si la otra persona me pregunta que por qué le hago estas preguntas poder contestarle, porque me importas, porque te quiero.
Hoy en la mirada de una chica noté tristeza y preocupación y le dije que luego íbamos a hablar, resulta que su madre se ha querido suicidar con raticida. Esta manera de acabar con la vida es muy común en el altiplano, hace unos meses que en la parroquia de Humanata se celebró el funeral por dos chicas que se habían suicidado de esta manera. Supongo que uno llega a esta situación cuando se acaban los sueños, o cuando ni siquiera le queda a uno la capacidad de soñar con un futuro medio decente, o quizás porque la situación que te rodea es tan negra que no ves ni siquiera la pequeña luz al final del túnel. Por eso creo que si les doy a estos jóvenes una posibilidad de que puedan soñar con sus sueños les estaré dando un hálito de vida. En el fondo seré para ellos un sembrador de esperanza.
Hoy visité dos comunidades, una de ellas se llama Santa Wara, wara en aymara significa estrella, eso es para que os hagáis una idea de donde se encuentra la dichosa comunidad. Dejé el coche y comencé a andar, bueno a escalar, y ahí fue donde noté que estoy más cansado de lo que yo me creía, pues me tenía que parar muy a menudo debido a que el corazón no daba para más. Después he ido a la otra comunidad pero iba tranquilo porque se llegaba en coche, bueno eso creía hasta que a mitad de camino he visto que están construyendo un puente y no me ha quedado otra que dejar de nuevo el coche y echar a andar. Salí esta mañana a las ocho de la mañana vuelvo a las seis de la tarde justo para la misa de Mocomoco de nuevo con los huesos molidos. Miro el almanaque y espero que pase pronto noviembre para acabar de visitar las comunidades.
Hoy domingo di un paseo a la tarde por el pueblo y me invitaron a tomar un café con unos panes, al terminar me regalaron un poncho, me dijeron que como adelanto de mi cumpleaños. Lo cierto es que cuando te regalan un poncho rojo significa que para ellos ya eres una autoridad, todos los misioneros tienen su poncho y yo andaba diciendo ¿Cuándo me llegará a mi? Pues bien ya llegó mi ponchito.
1 de noviembre de 2005, Festividad de Todos los Santos
Recuerdo que cuando leí el libro “La ciudad de la Alegría” de Dominique Lapierre el sacerdote leía el texto de las Bienaventuranzas delante de los pobres de Calcuta en la India, y decía que este texto se cumplía según lo leía con la gente que lo tenía delante. Hoy de nuevo he proclamado este texto en tres misas, Italaque, Mocomoco e Ingas una pequeña comunidad cerca de la parroquia, pero ha sido en la comunidad donde uno siente algo parecido a lo que pudo experimentar ese sacerdote, verdaderamente se trata de llevarles la mejor noticia. Aunque como dice San Vicente de Paúl, los pobres nos evangelizan, digo esto porque estando en la plaza ayudé a una señora a llevar un bulto pesado, y al llegar a su casa me encuentro con un hombre, ¿cómo decirlo? el más pobre entre los pobres de aquí, yo casi no le recordaba, pero en varias ocasiones le di de desayunar en la guardería, algo de comida y alguna ropa, pues bien se me acercó, me saludo y sin que me pudiera dar cuenta agarró mi mano y la besó. Quisiera poder explicar lo que sentí, en primer lugar no me gusta eso de que besen las manos a los sacerdotes como hacían antiguamente, pero esto fue distinto, era como decir, no tengo nada, pero te doy mi aprecio, mi respeto y mi agradecimiento en este gesto, yo le di un abrazo porque me sentía como desnudo por dentro, en cierto modo como indefenso. Luego para sorpresa mía estaba en la misa, y al final cuando salgo rodeado de niños, uno de ellos me dice, padre este hombre es un pobrecillo ¿verdad?, el niño que lo decía era también bastante pobre, yo le dije que si, que era un hombre pobre, pero claro este niño tiene al menos una familia, y un techo donde dormir, dos cosas elementales que el hombre no tiene, quizá por eso un pobre pueda llamar a otro pobre.
Para finalizar quisiera contar una buena noticia. Hace unos días estuvieron los médicos en la guardería examinando a los niños, y la gran noticia es que de los 53 niños, solamente una niña está desnutrida. Hace un año eran unos pocos los que no estaban desnutridos. Este cambio tan drástico se lo debemos a ustedes, a todos lo que hacen ese esfuerzo económico para que estos niños puedan crecer sanos y no tengan que lamentar el resto de sus vidas no haber comido decente en su infancia. Esto es decirle al destino que la pobreza de alimentación para algunos no va a ser una realidad. Muchas gracias de todo corazón a los que hacen posible que en esta parte del mundo se construya lo que todos queremos, un mundo más justo donde el abismo ricos-pobres se estreche cada día más.
Unidos en la oración y de la mano de la hermana soledad.
Diego J. Plá cm
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